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Cuatro años atrás, el Instituto Cervantes confió al Centro para la Edición de los Clásicos Españoles 1  la preparación de un  Quijote  que pudiera ser ventajosamente manejado por un público tan amplio como el ámbito del propio Instituto. Amén de dar, por primera vez, un texto crítico, establecido según las pautas más rigurosas, la edición, pues, había de aclarar ágilmente las dudas e incógnitas que un libro de antaño, y de tal envergadura, por fuerza provoca en el lector sin especial formación en la historia, la lengua y la literatura del Siglo de Oro; pero también debía tomar en cuenta las necesidades del estudiante y, por otro lado, prestar algún servicio al estudioso, ofreciéndole, por ejemplo, una primera orientación entre la inmensa bibliografía que ha ido acumulando la tradición del cervantismo. Esos planteamientos coincidían en sustancia con la concepción general de la Biblioteca Clásica , cuyas normas de anotación —en dos estratos: a pie de página y en sección aparte— atiend